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El dolor, el agotamiento y la pérdida de sangre pueden acabar con la vida de una persona, normalmente siendo el desencadenante de alguna lesión preexistente. Esta es una posibilidad que se sigue debatiendo en torno al momento y la causa última de la muerte de Jesús, inusualmente rápida según los evangelios. Sin embargo, el motivo final de la muerte de los miles de condenados ajusticiados de esta forma por los romanos es la asfixia mecánica, la falta de entrada de aire a los pulmones.

Las etapas últimas de la agonía por asfixia, una vez que la falta de oxígeno provoca la pérdida de conciencia, comienzan con una fase de convulsiones de unos dos minutos de duración en la que puede darse además una profunda sudoración y salivación, una relajación de esfínteres e, incluso, una erección y eyaculación reflejas. La fase final supone la afectación progresiva e irreversible del corazón, que puede mantener débiles e irregulares latidos todavía durante un tiempo más o menos largo. Lo que sin duda marca la diferencia entre los distintos tipos de asfixia, y especialmente de la crucifixión con el resto de modalidades, es esa primera fase asfíctica o fase cerebral en la que realmente se produce el sufrimiento de la agonía. Dicho sufrimiento se caracteriza por un dolor de cabeza lacerante, sensación de angustia y muerte inminente, vértigo, zumbido de oídos, confusión marcada e incluso cambios en la personalidad o alteraciones sensoriales. Este paso previo a la pérdida de conciencia es sumamente variable en tiempo, siendo sólo de minuto o minuto y medio en los procesos asfícticos más rápidos, como el ahorcamiento. En la crucifixión, la inmensa crueldad del suplicio reside, por un lado, en la amplia dilación de esta fase preagónica, que solía durar varios días, pero además, en el mecanismo de la causa de la asfixia que hace que el condenado pueda evitarla, temporalmente, sólo a cambio de tremendos esfuerzos y sufrimientos físicos. Una cruel y despiadada batalla perdida por la vida, que convertía el suplicio en un macabro espectáculo.

Al quedar colgado de los brazos, el crucificado pierde el apoyo necesario para los músculos encargados de la ventilación mecánica del tórax. La caja torácica queda expandida y el diafragma aplanado en una posición de inspiración continua. Imposibilitado el tórax para la espiración, el aire, atrapado de esta forma en los pulmones, no puede ser renovado y pierde rápidamente su carga de oxígeno. Consciente de la importancia de la duración de esta fase de lucha agónica del ajusticiado por conseguir un último sorbo de aire oxigenado, el verdugo tenía a su disposición varios mecanismos para acortar o alargar la tortura. La flagelación previa a la crucifixión, tenía como fin, además de aumentar el dolor y el sufrimiento del reo, acortar el aguante de éste en la cruz. Las contusiones y secciones provocadas en los músculos de la espalda, hombros y costados, disminuían la posibilidad de usar esos músculos como elementos accesorios para la ventilación de la caja torácica, además de inducir un gran dolor al intentar hacerlo. Asimismo, los golpes del flagelo provocaban serias contusiones en los pulmones, disminuyendo su capacidad funcional. Era habitual el edema o encharcamiento de la base de los pulmones, lo que mermaba aún más la facultad respiratoria de los mismos y aceleraba la muerte por asfixia, de tal modo que en caso de incisión en la cavidad torácica, como en la lanzada bíblica –algo inusual en el ritual de la crucifixión-, no sería extraordinaria la emisión tanto de sangre como del líquido acumulado a dicho nivel, o incluso en derrames pleurales y pericárdicos –líquido acumulado alrededor de los pulmones y del corazón, por los mismos motivos-.

La colocación del ‘sedile’ o ‘suppedaneum’ por el contrario, permitía al reo un punto de apoyo donde, a costa de un tremendo dolor, fijar un sostén de la columna que sirviese para realizar unas cuantas espiraciones eficaces, antes de que el dolor y el agotamiento le obligasen a dejar caer nuevamente su peso colgando de los brazos. Lejos de constituir una muestra de compasión, tales elementos lo que hacían era prolongar la agonía del condenado. En caso de prisa por finalizar el espectáculo, la vía más expeditiva para ello era la fractura de las piernas para impedir dicho punto de apoyo, lo que solía llevar a la muerte en pocos minutos.

Fuente; Memoria, Historia de cerca.

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