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Nikola Badger

Durante décadas, el hidrógeno se promocionó como el combustible del futuro. Sin embargo, a pesar de su enorme potencial para descarbonizar la economía, este gas nunca pudo erigirse como la verdadera alternativa a los combustibles fósiles, y aquella promesa quedó en nada.

La gran promesa verde

Todo esto es sumamente importante para que el llamado «hidrógeno verde» pueda finalmente convertirse en el sustituto del carbón que tanto buscan los científicos. La clave está, precisamente, en que el hidrógeno se fabrique sin utilizar combustibles fósiles, y que todo su proceso de producción esté completamente vinculado a las energías renovables.

El mes pasado, una decena de importantes compañías energéticas europeas, y dos de los principales organismos de la industria renovable del continente, se unieron para lanzar una campaña de promoción del hidrógeno verde, un producto que ninguna de ellas vende realmente, pero por el que apuestan con fuerza para el futuro.

Todas esas empresas están convencidas de que este gas desempeñará un papel vital a la hora de lograr la descarbonización profunda de todo el sistema energético.

Energía limpia para producirlo

El principal mecanismo de producción del hidrógeno verde es la electrólisis, es decir, mediante electricidad. La idea es que toda esa electricidad esté generada por fuentes renovables como la eólica, la solar o la hidráulica. En todo este proceso, las únicas emisiones de carbono provendrían de las incorporadas en las propias infraestructuras de generación de energía.

Producción de hidrógeno

 

El problema, en este momento, es que los grandes electrolizadores escasean, y los abundantes suministros de energías renovables aún tienen un precio muy elevado.

Un amplio abanico de posibilidades El hidrógeno verde se puede utilizar para multitud de cosas. Se puede añadir al gas natural y quemarlo en plantas de energía térmica, se puede utilizar como precursor de otros portadores de energía, desde amoniaco hasta hidrocarburos sintéticos; o para alimentar directamente depósitos de combustible en automóviles y barcos, por ejemplo. Para empezar, este hidrógeno se puede usar simplemente para reemplazar el hidrógeno industrial que se produce cada año a partir del gas natural, y que emite a la atmósfera alrededor de 10 millones de toneladas métricas solo en América del Norte.

Uno de los caminos hacia la descarbonización pasa por electrificar todo el sistema energético y utilizar siempre energías renovables y limpias. Pero hacerlo sería difícil, o al menos mucho más caro que combinar la producción de energías renovables con combustibles bajos en carbono, que reemplazasen por completo al petróleo del que tanto dependemos hoy.

No se puede negar que el hidrógeno está todavía muy lejos de convertirse en el combustible ideal. Su baja densidad hace que sea difícil de manipular y almacenar, y su inflamabilidad puede ser un problema.

De hecho, el principal problema para satisfacer todos estos potenciales mercados potenciales es transportarlo hasta donde se necesita.

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