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Era el primero de noviembre de 1755 un día de sol claro y despejado, un día meridional y propio de la transparencia de nuestro cielo, cuando de repente, como a eso de las diez de la mañana, se sintió un ruido subterráneo en toda la Península Ibérica, pero principalmente en Lisboa. La tierra tiembla; los edificios bambolean, crujen y caen estrepitosamente; el mar embravecido, formando altísimas montañas de olas, invade la tierra hasta dos leguas, y al recogerse, arrastra consigo y sumerge en el seno de los mares cuanto encuentra. En lo que había dejado el mar en seco aparecen centenares de fuegos y un huracán impetuosísimo lo comunica a las naves: de éstas pasa a los edificios; y el terremoto, el mar, el aire y el fuego destruyen casi por completo la hermosa ciudad de Lisboa, sepultando también entre sus ruinas la mayor parte de sus habitantes.
Extracto de una crónica publicada en Revista de España, Tomo VIII, Madrid, 1869.
Continúa...
Hace unos días, contemplando la cara norte de la torre de la vieja iglesia de San Juan en Guardo, actualmente en obras, un vecino me llamó la atención sobre una grieta de mal aspecto situada en lo más alto de los muros. A buen seguro que se produjo durante el terremoto de Lisboa, me comentó. Así lo tomé yo, pues ya había oído tal cosa en otras ocasiones pero, no conforme con dichos y habladurías, decidí buscar algo de información más fidedigna. Repasando algunas notas históricas en las obras que Jaime G. Reyero ha dedicado a la Villa de Guardo, descubrí que el paisano, y yo mismo, estábamos equivocados. No, la grieta no la provocó el terremoto, pues la torre es posterior, construida precisamente para substituir a la anterior, ¡que cayó por completo al suelo por culpa del dichoso seísmo!
En esas estaba cuando, pensando un poco, me puse a imaginar cuán terrible debió ser el suceso para las gentes de toda la Península Ibérica.
Si la torre de una iglesia perdida en las montañas de un pueblo del
norte de Castilla, muy alejado de Lisboa, había caído por culpa del
temblor de tierra, ¿qué gigantescas calamidades tuvieron que sufrir
otras áreas más cercanas al centro de la catástrofe? El propio Jaime G.
Reyero escribe que, entre las consecuencias del terremoto, se derrumbó
parte de la techumbre de la catedral de Valladolid, al igual que cayó a
tierra gran parte de la Colegiata de Ampudia. La bóveda de San Lázaro
en Palencia también cedió y hasta la torre de la iglesia de San Miguel,
en la misma ciudad, se tambaleó hasta hacer temer a los lugareños por
su integridad. Ciertamente terrible, no puedo imaginar qué podría
suceder hoy día en nuestras tierras si algo así se repitiera.
Recordando que tan estremecedor hecho sirvió como acicate para impulsar
investigaciones geológicas, geográficas y de alimento para la
incipiente sismología, decidí revisar algunos viejos papeles, más allá
de lo que me es próximo geográficamente, para vislumbrar una estampa
más global.
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Eso podría explicar algunas enormes grietas en algunos grandes edificios antiguos, como iglesias, catedrales o castillos.